Por Diego Pasjalidis – experto en Innovación, fundador de INSPIRATIVA
En un año marcado por un sinnúmero de elecciones en todo el país, muchas encuestas parecen no haber “adivinado” la intención de voto de los ciudadanos.
Es probable que estos desvíos se deban no solo a cuestiones técnicas o a manipulaciones mal intencionadas, sino que pueden ser resultado de la mayor madurez de nuestra sociedad, en donde el voto es resultado de un análisis y reflexión de nuestros “tres cerebros”.
El cerebro del corazón
Una cosa es a quién votamos y otra, muy diferente, es decir quién nos gustaría que nos gobierne. La primera situación consiste en elegir lo mejor entre lo que hay disponible; mientras que la otra implica una búsqueda y reflexión interna sobre la base de valores, gustos, preferencias.
Nuestro cerebro del corazón se asocia a las emociones, y nos hace elegir entre todo el universo de posibilidades a aquella persona que mejor represente ese ideal de país en el que deseamos vivir.
Entre todas las personas conocidas por el común de la gente, por sus valores, convicciones, acciones, etc.: ¿Quién te gustaría que gobernara el país?
El cerebro del bolsillo
Este, que parece pesar bastante en muchas de nuestras acciones y decisiones, es el que responde a la pregunta ¿Quién te conviene que gane las elecciones?
Más allá de sentirnos o no representados con el candidato, el cerebro del bolsillo nos orienta a votar sobre la base de nuestro interés material, de nuestra comodidad, y se ve tentado por las palabras y promesas que más beneficien a cada individuo, en desmedro del bien común.
Aunque este cerebro es el que mayor influencia puede tener en nuestra decisión de votar, entre otras, también es el más volátil y menos fiel.
El cerebro estratégico-social
Sabemos que no estamos solos, y que “somos” dentro de una sociedad. Sabemos que no se trata de nuestro voto, ni de la influencia que nuestra opinión individual puede tener, sino que debemos comprender lo que la sociedad piensa y haría, estemos de acuerdo o no.
El cerebro estratégico-social responde motivado por la pregunta ¿quién crees que vaya a ganar la elección?, sin importarle lo que nosotros pensamos, sino que (como si hiciéramos una apuesta) importando lo que creemos que va a ocurrir sobre la base de nuestra información y experiencia.
Este cerebro estratégico-social no solo es consciente que la opinión del todo está por encima de la individual, sino que nos puede hacer actuar de forma reactiva, buscando convencer a los otros para motivarlos a votar lo que queremos, tratando de manipular el cambio, como si fuéramos justicieros del voto. Incluso, en esta “administración, es posible que terminemos por hacer justicia no votando lo que nos indica nuestro cerebro del corazón ni del bolsillo, sino a una tercera opción estratégica que pretenda balancear, anular o complicar al candidato que creemos que va a ganar.
No solo una encuesta debe considerar los “tres cerebros” para formular adecuadamente las preguntas y arribar a las mejores conclusiones, sino que los candidatos deben hablarle a los tres, ya que – aunque puede parecer que el cerebro del bolsillo es el que mayor peso tiene a la hora de decidir – solo aquellos que logren conformar a los tres cerebros de forma balanceada y diferencial, serán los que obtengan el apoyo, el voto y el posterior acompañamiento en el difícil arte de gobernar.
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