En un mundo cada vez más dinámico y competitivo, los profesionales, emprendedores, negocios y empresas que logran construir diferenciales son quienes se sostienen en el tiempo con mejor performance.
Por Diego Pasjalidis (@diegopasjalidis). Experto en Innovación en Negocios, Director de INSPIRATIVA. Autor de INSPIRACION EXTREMA.
Para pensar, ser y hacer de manera diferente, es necesario dedicar un espacio de nuestro tiempo a reflexionar sobre nuestra estrategia, saliendo de las operaciones del día a día, e innovar. Podemos innovar en la propuesta de valor, en la forma de comunicar, en la manera en la que nos vinculamos con los clientes o potenciales clientes, en fin, podemos encontrar infinidad de posibilidades si es que nos lo proponemos y buscamos los medios para que suceda.
Innovar es convertir las ideas creativas en algo útil y concreto y, para ello, debemos tener en cuenta los siguientes aspectos:
- Proponernos hacerlo: las cosas no cambian si no nos proponemos que lo hagan.
- Crearnos el espacio para hacerlo: podemos decir mucho, pero tenemos que generar el momento y espacio para poder salir de nuestra rutina y pensar diferente.
- Generar los estímulos necesarios para generar nuevas ideas: reuniones, juegos, desafíos, consultas a clientes, concursos de ideas, imitación de casos de éxito, todo sirve como estímulo para generar nuevas ideas.
- Mejorar las ideas: todas las ideas, incluso las aparentemente malas o comunes, pueden perfeccionarse hasta convertirse en grandes ideas, creativas y aplicables.
No matar ni juzgar las ideas
Cuando invitamos a una persona (o grupo) a que nos proponga idea, podemos tentarnos en decir “eso ya lo probamos una vez”, “no creo que funcione porque…”, “no lo veo viable…”, o incluso podemos no decir nada en palabras, pero mucho con los gestos como reírnos de las ideas o poner cara de disgusto.
Jamás, jamás, jamás debemos juzgar una idea. ¿Saben por qué? Las razones las podemos agrupar en los siguientes temas:
La idea surgió por algo, y de alguien: esto implica que, más allá de la “calidad” de la idea, debemos entender por qué esa persona nos dijo eso. Comprender cuál fue su proceso, sus paradigmas, su análisis e interpretación que culminó con esa idea. No olvidemos que la otra persona puede pensar como cliente, y si esa idea es representativa del pensamiento de un cliente, no debemos juzgarla. Tal vez debamos reformular el desafío, o comprender que lo que ve el otro no es lo que deseamos comunicar.
Riesgo de anular la creatividad: al juzgar o ignorar una idea, corremos el riesgo de que la persona que nos la dio (para lo cual nos escuchó, dedicó tiempo a pensar, y se animó a generosamente compartir la misma) se vea dolida, frustrada o enojada y luego se cierre (conscientemente o no) a darnos nuevas ideas por riesgo a que vuelva a experimentar esa sensación.
Impedir la mejora: no existen buenas o malas ideas, sino ideas adecuadas o no a lo que deseamos mejorar. Absolutamente toda idea es mejorable. Por ello, debemos tomar nota de todas los regalos en forma de ideas que recibimos de amigos, clientes, empleados, etc. y luego preguntarnos ¿cómo podríamos hacer para que la idea sea aún más atractiva, diferente y genere más valor? De esta manera, nos vemos obligados a aceptar toda idea, y luego nos desafiamos a mejorar una a una. No olvidemos el caso de 3M con los Post-it. El pegamento desarrollado fue una mala idea (no era tan poderoso como buscaban) pero se convirtió en un gran negocio al encontrarle una nueva aplicación.
Una mala idea puede convertirse en un gran negocio, si dejamos abierta la posibilidad a ser creativos.
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